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El Círculo

Para la RAE:
Extrañar. (Del lat. extraneāre). 3. Sentir la novedad de algo que usamos, echando de menos lo que nos es habitual. No he dormido bien porque extrañaba la cama. 4. Echar de menos a alguien o algo, sentir su falta. Lloraba el niño extrañando a sus padres.



Para mí, esta palabra es el principio del fin.


Una vez me enamoré de Rafael. Tenía yo dieciséis años recién cumplidos.
A los diecisiete viajé a Bariloche por segunda vez, gracias a que una empresa de viajes de egresados nos mostró en tres días a mí y a un par más de compañeras de colegio todo lo que mi división disfrutaría meses después, en caso de elegir esa empresa. No tuve viaje de egresados y mis compañeros no eligieron esa empresa, pero no es ése el meollo de la cuestión.
A pesar de que nunca me gustó ir a bailar, la pasé muy bien. Excursiones, paisajes, gente nueva. Hubo de todo. Quien quiso sexo lo encontró, pero yo no tenía ojos para nadie y para mí la esencia de viajar no es precisamente ésa. Yo la pasé bien, pero por otras razones. Por pequeños detalles, que son lo que usualmente me colman de placer. En el hotel nos hacían una fiesta de bienvenida. Mientras, yo disfrutaba de la bañera con agua bien caliente que no tengo en casa y que tanto deseaba y aún deseo. Parientes que viven allá me visitaron, los paisajes me llenaban los ojos. Las construcciones, el Centro Cívico que parece Suiza. Y extrañaba horrores a Rafael. Lo amaba con locura.

Volví feliz a Buenos Aires. Radiante. La felicidad se me escurría por los poros. Saltaba, sonreía.

Te extrañé, le dije desde las entrañas. Me respondió con cara de velorio que uno solamente extraña cuando tiene que estar lejos de la otra persona. No me creía. Discutimos. Lloré. Pasé de la felicidad absoluta a un clima de angustia en segundos. Me pinchó la nube.
Íbamos a terminar definitivamente, si no hubiera sido porque justo mi madre golpeó la puerta, preocupada porque se me había hecho demasiado tarde y como le quedaba de paso, me pasó a buscar.
Para el día siguiente los ánimos habían calmado, me pidió disculpas, me dijo que tratemos de olvidar lo sucedido (como si yo le hubiera hecho algo grave y me estuviera perdonando) y que nos demos otra oportunidad.

Gran error.

Corría el año 2002.
Nunca más lo volví a extrañar.
Y ese día, lentísima e imperceptiblemente, comencé a desenamorarme.
Célula por célula, átomo por átomo a deshacerme de él.

Hoy hablamos de un futuro en el cual podamos ser amigos y llevarnos bien. Pero seguimos “juntos”.

Yo no sé si el amor, con los años, se transforma en esto. No sé si debería seguir sintiendo mariposas en la panza después de siete años, pero tengo la sensación de que hace rato que la fecha de vencimiento de este amor se nos pasó. O se me pasó.

* Éste es un texto escrito el 14 de junio, que ayer encontré haciendo limpieza en mi compu. Creo que hace años que estoy dándole vueltas al asunto y a pesar de que tengo una decisión tomada no puedo concretarla. No me explico el por qué, y eso me insume un malgaste de tiempo y energías. No encuentro las herramientas, los instrumentos que me saquen de este círculo vicioso. Esto no me hace bien, es el único ajuste de tuercas que mi vida necesita. Y el más grosso en muchos años. Es hora de pedir ayuda, es evidente que no puedo sola.

Crónica de un martes rosa: Mi pequeña Navidad

Día de franco, manejo hacia la facultad en mangas cortas y con la ventanilla abierta. Es cerca del mediodía, hace un calorcito tibio y el sol no me molesta porque está nublado. ¡Perfecto! me digo y pongo Creedence a un volumen bien alto. "Cotton fields" suena mientras el vientito seca mi peinado Beatle indespeinable. Las agudas curvas me "obligan" a manejar usando al máximo la capacidad de mi auto de absorber inercia, como bien lo describió Rogelio una vez.
Los pastos han rebrotado y está todo verde otra vez. Todo es perfecto. De golpe me siento una diosa. Me siento plena, en el contexto de mi vida vacía.O será que mi vida se está empezando a llenar de cosas nuevas.

Es un día de experiencias nuevas.

Trabajar en el laboratorio es un juego de adultos. Juego a la científica, me pongo guardapolvos para que el ácido sulfúrico no perfore mi ropa si algo sale mal. Juego a meter tierra en frascos, como de niña. Sólo que ahora hay que hacer que parezca cosa seria; hasta los frascos tienen nombre de cosa seria. Erlenmeyers.
Me paso la tarde jugando.

Por la noche voy a un examen parcial, pero no rindo. Presencio la escena desde otro ángulo, sentada en el banco de la profesora. Tomando mate con ella. Me siento en una dimensión desconocida, tengo la sensación de que todo es irreal, un gran holograma, un espejismo.
Hasta que me dormí este martes estuve en un estado anímico similar. Y hasta ahora me dura la resaca de excitación ante lo nuevo y desconocido.

Me asalta un recuerdo asociado a un estado anímico muy parecido. Tendría yo unos seis años, el 24 de diciembre a la noche. Excitación extrema a la espera de que den las doce para correr a abrir los regalos, cuando faltando pocos minutos ya se escuchan fuegos artificiales. Sabiendo que Papá Noel me traería una bici. Correteábamos con mi hermano y mi abuela nos rogaba que tuviéramos cuidado con los adornitos. Era la noche permisiva del año, nos dejaban trasnochar jugando.

Algo parecido es ahora, en mi vida permisiva me pagan por jugar. Y siento la misma excitación casi inexplicable, los martes son mi pequeña Navidad.