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En Stand By

Mi vida es vacía, pero sin embargo no la siento así.

Hago que mis días sean simples, llevaderos. Al final de la semana me doy cuenta de que ha sido otra semana más. Cumplo con mi vida. Respiro. Camino. Patino.

Me doy muchos gustos infantiles. Salgo a patinar por mi barrio, como si tuviera once años pero con patines de adulto. Me siento en el primer vagón del subte para ver el recorrido, los túneles, las subidas y bajadas, para ver llegar a las estaciones. Si quiero un pancho me lo compro. Si quiero una Coca me la compro. Me asombro todos los días laborables de la majestuosidad de la Plaza de Mayo; de vez en cuando corro alguna paloma. Juego con mi sobrino, me pierdo en los juegos. Me compenetro y me absorben. Jumanji.
Duermo toda la mañana y tomo chocolatada en desayunos y meriendas. Mezclo comidas, salteo otras. Vuelvo a dormir.

No leo libros ni apuntes. No escribo. No miro tele, no escucho radio ni saco el mp3. Últimamente tampoco escribo en mi blog ni uso Internet más que para chequear mails.
Es una involuntaria purificación del mundo exterior.

Siento a mi mente libre de disturbios.
Mis días pasan. Me siento tranquila conmigo.

Me siento un papiro en blanco pero no tengo la intención de escribir. No quiero.
Prefiero esperar.
Desconozco qué estoy esperando, de todas formas.

I am a rolling stone.

Me encuentro feliz. Feliz con felicidad de niño. Felicidad efusiva, que me hace ver al mundo con un filtro amarillo.
O no; el filtro amarillo es causa de hacer ejercicio físico fuerte, después de muchos años de inactividad. Y la felicidad es causa de un zapato con tanto glamour y ruedas como un par de rollers sea capaz de tener.
Me los compré anoche, después de haberlos deseado durante años. En cada Navidad, en cada día de Reyes y en cada cumpleaños por los últimos nueve años he esperado esta hermosura que hoy me viene a hacer caer en cuenta de mi ex-estado físico y entrenamiento que me permitía andar por horas en patines. Que me hacen ver amarillo el mundo después de haber usado mis pulmones nuevamente a su máxima capacidad. No recordaba la sensación de tener los pulmones abiertos, de sentir cada alvéolo dentro de la caja toráxica.

En las diez o doce cuadras que hay entre la terminal del subte B y mi facultad me pegué un golpe, me sentí ridícula pero radiante, se me abrieron los pulmones y me empezaron a doler insoportablemente los arcos de los pies (tengo pie plano y mis plantillas hace meses que piden clemencia).

También me dí cuenta de que tengo diez años más, que debo ir al traumatólogo con urgencia y que tengo que cumplir mis sueños más seguido.

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